La cabeza visible de este movimiento anti-videojuegos fue Ronnie Lamm, la presidenta de la asociación de padres y profesores de la isla neoyorquina de Long Island. Desde 1981, esta exprofesora y madre de dos niños lideró una campaña que reclamó una regulación para limitar el consumo de videojuegos y que logró frenar la apertura de varios salones recreativos.
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