La iglesia católica ha mantenido siempre una postura contradictoria respecto a las fiestas taurinas. Por un lado, las ha condenado al compararlas con los ludi del pueblo romano pero, por otra parte, también ha disfrutado de ellas, incluso de sus beneficios económicos. A pesar de las diferencias en sus posiciones manifiestas durante los siglos, la realidad es que la posición de la iglesia es una muestra de gatopardismo, donde todo cambia para que nada cambie.
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