(...) Lo políticamente correcto ha fragmentado el mundo en miles de subgrupos listos para ofenderse, denunciarse, enfrentar a todos contra todos. El poder lo ha conseguido, aunque no le resultó fácil. Durante décadas y de forma lenta pero creciente, la cultura, enemiga acérrima de los prejuicios, fue extendiéndose en capas cada vez más amplias de la población. Ahora tocaba desandar el camino. Pero el poder, como siempre, dio con la solución: ya no podía evitarse el acceso al conocimiento, pero sí podía simplificarse.
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