Imaginemos un mundo donde, si tuviéramos un problema, si sufriésemos una injusticia o nos arrebatasen algo, no tuviéramos a quién acudir. Imaginemos por un momento que no hubiera jueces a los que pedir tutela, que no existiera una instancia superior e imparcial que estudiase nuestro caso con objetividad... En un mundo tal, dependeríamos de nuestra propia fuerza para defender nuestros derechos, o en su caso, de la potencia de la familia o del clan que nos acogiera en su seno.
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