(...) Se suponía que un dúo de hermanos que cantaban simulando ser una pareja siempre al borde de la ruptura o de la fogosa reconciliación no podía formar parte del canon musical admitido para las multitudes emancipadas. En su rústica sencillez, «Olvídame y pega la vuelta» se presentaba ahora como la sentencia indescifrable y esquiva lanzada por el oráculo de la revolución.
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