Siendo el mejor artífice del piano, Glenn Gould (1932-1982) ha sido a la vez un pianista dañino. Y no porque lo pretendiera. El malentendido que representa su reputación estrafalaria y la tentación de imitarlo en la mera superficie ha destruido a generaciones de músicos abrumados por los complejos y abrasados en el trance de la emulación. Incluso ha aniquilado a algunos pianistas de ficción, como Wertheimer, protagonista de la novela que Thomas Bernhard dedicó a Gould.
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