Cuando en el 211 d.C. el emperador Septimio Severo murió, dejó que sus dos hijos Geta y Caracalla llevaran el cetro imperial romano al alimón. Sin embargo, eso de tener que repartirse un imperio con alguien, por mucho que sea tu “tete”, es algo que no llevaban demasiado bien ni el uno ni el otro. En esta situación, previendo que Geta le levantara la camisa -y Roma-, Caracalla, aprovechando una reunión familiar con su madre, decidió quitárselo de en medio con una sobredosis de hierro suministrada por centuriones romanos.
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