Después de varias semanas de llamadas y búsquedas en la red sin resultados, por fin tengo el nombre y el número de teléfono del contacto. Se supone que ya está sobre aviso, así que decido llamar inmediatamente. Mientras suenan los primeros tonos, repaso mentalmente los pocos datos que conozco sobre la persona que debería descolgar en unos segundos: se llama Marcos, ronda los cuarenta y es un español con nacionalidad colombiana. También sé que ha matado por dinero.
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