Cultura y divulgación
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Y encima se le ocurrió morirse - Camarón de la Isla

A las cuatro de la mañana de un día de abril de 1992 un coche paraba en la puerta de la Venta del Canario, a dos kilómetros de San Fernando, Cádiz. Camarón de la Isla tenía antojo de dos huevos fritos con longanizas, y el dueño, Manuel Amaya Quintero, era quien mejor le daba cobijo al gitano. Acababa de aterrizar con La Chispa de Estados Unidos, de la Clínica Mayo de Minnesota, con una sentencia de muerte bajo el brazo. Ella le convenció de que no era hora de despertar a nadie. Le quedaban un par de meses de vida.

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