El enemigo del decoro y el saber estar es lo gratis. Recuerdo que en mi niñez vi a un hombre pelarse vivo contra unas piedras ostioneras mientras pugnaba por hacerse con una pelota de plástico lanzada desde un avión en una playa del Puerto de Santa María. Decenas de curiosos con cara de circunstancia se arremolinaron en torno del herido. El hombre no paraba de gritar “¡la pelota, cojones, la pelota, que es mía!”.
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