Basta con oír la expresión “solterona” para evocar el antiguo estereotipo de una mujer de unos 40 años, soltera y sexualmente inactiva, que vive sola o con algunos gatos, bastante fea, a menudo un poco amargada. Un estereotipo que coquetea con la imagen de la bruja. Las teóricas feministas llevan décadas cuestionando y fustigando esta figura, cuya presencia en nuestro imaginario colectivo sirve sobre todo como amenaza para las mujeres que deciden no casarse o se niegan a ser madres.
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