Manuel y Amalio, padre e hijo, cantan de madrugada en bares que ya han echado la persiana para un público internacional que ve en ellos a los últimos supervivientes de una España extinta. Forman una curiosa pareja. La jornada arranca a mediodía y a menudo se alarga entre palmas y alcohol hasta la madrugada, cuando necesitan un autobús búho para volver a casa mientras dormitan en los asientos de plástico de la EMT. Son sus noches de rumba y jaleo.
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