Por el contrario, cuando Yasujiro Ozu murió en 1963, solo unos pocos críticos extranjeros sabían de su existencia. Sus películas, consideradas largas, aburridas y «demasiado japonesas», no interesaban a los distribuidores extranjeros y apenas se habían proyectado en algunos festivales, donde habían obtenido alguna distinción aislada (el trofeo Sutherland del Instituto Británico de Cine y una nominación al Oso de Oro en Berlín). Ozu no alcanzó un póstumo reconocimiento mundial hasta 1972, cuando una sala neoyorquina proyectó Cuentos de Tokio en
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