Te juro que el sol era distinto. Eso lo sé. Ahora ya no calienta igual. Casi parece un flexo.
El vino ya no sabe a ocasiones, sabe a uvas.
Los amigos se van o lo que es muchísimo peor, cambian.
La soledad, antaño refugio, se convierte en cárcel.
El silencio deja de ser reflexión y solo deja espacio para el recuerdo.
Y todo sucede poco a poco. Y en ese poco a poco, en ese no enterarse, en esa trampa sibilina del sibilino paso del sibilino tiempo reside la clave del asunto, porque la putada no es envejecer, no... la putada es esa muñeca rusa de sinsentidos que se me aparece cada noche y en la que lo único que atisbo a discernir es que la vida pasa, hasta que ya es demasiado tarde y soy incapaz de responder, ni tan siquiera cuando mi fin está cerca, a la única pregunta que no ha cambiado desde que tengo memoria: ¿tarde para qué?