El maltrato durante la infancia incrementaría la susceptibilidad al estrés en otras etapas de la vida. Los mecanismos que subyacerían a esta vulnerabilidad serían el aumento de la respuesta en la amígdala y una disminución del hipocampo. En consecuencia, el tipo de estrés vivido a lo largo de la etapa adulta podría definir el tipo de trastorno mental que podría desarrollarse. Por ejemplo, los eventos agudos y traumatizantes podrían resultar en TEPT, mientras que el estrés crónico podría desembocar en depresión.