Durante milenios el cerebro se perfeccionó gracias a la necesidad de poner de acuerdo a personas complicadas. El Australopithecus incrementó su habilidad cognitiva gracias a la vida social, nosotros la perdemos por su ausencia. La tecnología aumenta mientras el IQ declina. El usuario exige satisfacción instantánea y no se asigna un plazo para superar obstáculos por su cuenta: si no halla una respuesta exprés, busca otra aplicación. Ir de un lugar a otro, memorizar teléfonos... La dependencia de las máquinas ha rebajado ciertas facultades.