La contaminación por plásticos es uno de los grandes retos del siglo XXI. Ya sabemos que los microplásticos, esas diminutas partículas sintéticas con una capacidad muy baja para degradarse, están por todas partes: en el agua, en el hielo del Ártico, en la sal con la que condimentamos nuestra comida y, por supuesto, también en el aire. A través de la circulación global atmosférica, los restos de plástico pueden viajar a grandes distancias y acabar depositándose en lugares muy lejanos al origen, como así ha analizado un trabajo de la revista PNAS