Sirven de alimento y de decoración, con ellas hacemos mesas, papel y han revolucionado nuestra farmacología. Sin embargo, no reparamos demasiado en ellas. Están ahí, sin más, brotando de los alcorques de las aceras, decorando el rellano del ascensor o se mustian en nuestras blancas neveras. De todos los monstruos que pueblan nuestras pesadillas, las plantas no eran uno de ellos, al menos, hasta que John Wyndham hizo su magia en 1951.