Imagina un dosel tropical, donde las mariposas revolotean como fragmentos de arcoíris entre las ramas. Un ave las observa con ojos hambrientos, pero, aunque parecen una presa fácil, no se lanza al ataque. Los colores de estos lepidópteros le advierten que no serán un buen almuerzo. Pero en esta escena también hay un matiz imperceptible. Ante el pico del depredador, las mariposas interpretan una coreografía invisible. Un hechizo que, juntos a sus colores, conjura el recuerdo del gusto desagradable.
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