Cuando eras niño parecía un plan ingenioso: echarte agua caliente en la cara y entrar tambaleándote en la cocina dejando escapar un gemido. Un toque en tu frente enrojecida convencía a tus padres de que tienes fiebre y te dejan en casa sin ir al colegio. No importa lo planificada y ejecutada que estuviese, este teatro no era tan persuasivo como se esperaba. Pero una nueva investigación sugiere que mucho antes del nacimiento, una táctica similar ayuda a los humanos en desarrollo y a otros mamíferos a ofrecer un espectáculo más convincente.
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