La mayoría de los diamantes se forman a una profundidad de entre 150 y 220 km y, según crecen, atrapan líquidos salinos de su entorno. Como la química de estas inclusiones fluidas no cambia según se desplazan los diamantes hacia la superficie terrestre, estos componentes proporcionan información muy valiosa sobre el manto, una región profunda e inaccesibles de la Tierra.
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