En las modernas formas de tiranía la ‘pasión’ que el tirano se cuida de suministrar a sus sometidos es lo que Chesterton llamaba «la religión erótica que, a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad». Esta religión erótica, con todas sus infinitas ramificaciones penevulvares, garantiza la conversión del pueblo (o, en la jerga marxista, del ‘sujeto revolucionario’) en una patulea mansurrona, prisionera de sus bajos instintos y amorrada al pilón (o pilona), a la que ya no se le va «toda la fuerza por la boca», sino por otros orificios..
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