En 1961, cuando Alicante se encontraba sumida en un frenesí urbanístico que amenazaba con devorar todo a su paso, una voz solitaria se alzó en defensa del patrimonio. Solveig Nordström, una arqueóloga sueca asentada en España desde 1955, se plantó literalmente frente a las excavadoras para evitar que el progreso borrara siglos de historia en el Tossal de Manises. Aquella escena, casi cinematográfica, marcó un antes y un después en la relación de Alicante con su pasado.
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