Nunca un jugador joven sorprendió tanto al mundo entero. Por encima de su inmensa estatura, su grandeza como jugador la determinaban su movilidad, su coordinación, su visión de juego y su carisma. Verle en acción era contemplar lo increíble. Arvydas Sabonis jugó de pívot como pudo jugar de base, de tirador o de lo que hubiera querido: su habilidad era proverbial, el don natural y exclusivo de los elegidos, de los que originan ámbitos desconocidos. Aun con sólo una pierna sana, fue capaz de cambiar el baloncesto.
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