En la extinta Unión Soviética no había asesinos en serie, oficialmente. Las autoridades de la URSS trataban de convencer de que las malas influencias del capitalismo, que ensuciaban las vidas y conciencias de su enemigo estadounidense, no hacían huella en la gloriosa patria rusa. Tal cortina de humo permitió que durante años Andréi Chikatilo (Андре́й Рома́нович Чикати́ло), el carnicero de Rostov, actuará con impunidad, asesinando a 55 niños y mujeres durante una década.
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