Qué rocambolesco resulta ver a corruptos, canallas y sinvergüenzas, siempre aferrados a la bandera de la legalidad; a una impostura ridícula de solemnidad –y viceversa– que, por autocompasión, incita a hundir la cabeza bajo tierra para evitar que se nos descomponga el estómago. Qué lamentable, qué triste, qué indignante. Y qué preocupante resulta también constatar que el credo biempensante se hace carne incluso en personas con conciencia social.
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