No se trata de abrir un debate sobre la veracidad o no de un problema que sabemos es real, sino de una estrategia comunicativa orientada a generar desinformación, vaciar de contenido el sentido de urgencia de la situación ambiental e implantar una especie de negacionismo moderado. Confrontar directamente con argumentos sólidos una idea tergiversada o una afirmación falsa siempre será más efectivo que descalificar, especialmente a la ultraderecha, en cuyo manual la victimización frente a la "dictadura progre" es prioritaria.
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