Es duro ser un imperio o, al menos, una gran potencia. Siempre se cita el célebre discurso fúnebre que pronunció Pericles, el primero de la Guerra del Peloponeso, pero solemos olvidarnos del segundo situado ya en la contienda. Allí donde se impone una lógica imperial, paralela a la justicia y la democracia, no tiene sentido ponerse a comparar el número de muertos y mucho menos tratar de justificar la mitad de ellos. No se trata de tomar partido sino de señalar la lógica imperial misma y cederle el mínimo terreno necesario para conservar la paz.
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