«Me gusta mucho (el arte del circo). No puedo vivir sin ello». Viktoriia Shevchenko, de diecisiete años, es uno de los ya ciento cuarenta refugiados circenses que Hungría ha acogido —la gran mayoría, como ella, menores. Se trata sobre todo de alumnos de las academias de circo de Kyiv y Járkov. Ahora Viktoriia está ensayando un número con varios hula hoops que mueve simultáneamente en brazos y piernas. «Creando el esqueleto de un acto», como se dice aquí. A veces lo hace fuera del circo, en algún parque y, claro, la gente se la queda mirando.
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