Hastiado. Aburrido. Quemado. Harto. Desesperanzado. Cansado. Desilusionado. Hundido. Así me siento cada vez que alguien cercano a mí me dice que algún tratamiento-timo o potingue de herboristería «le ha funcionado». Cuando un amigo me dice que deje un tratamiento farmacológico, que no acuda al médico porque «no saben nada», que mejor me tome unas hierbas que son «naturales», que unas sesiones de reiki me irían bien. Cuando un familiar me comenta que va a llevar a su hijo a un quiropráctico u osteópata para alinearle la columna.
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