Tienen entre 40 y 50 años, viven inmersos en una desesperanza crónica, la mayoría siguen solteros y sin hijos y han tirado la toalla en el panorama laboral. Cada vez están más convencidos de que lo que les resta de vida se la pasarán cuidando de sus padres ancianos en la casa de la que nunca se llegaron a emancipar. Se trata de la “generación perdida” de Japón y tienen una lección que enseñarle al resto de países desarrollados y con problemas económicos estructurales.
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