Si Franco y José Antonio levantaran la cabeza se volverían a desmayar. La reserva espiritual de Occidente está en las manos de un chino. Se llama Chen Xiangwei y vive al sur del Manzanares, entre pisos de protección oficial y votantes de Manuela Carmena. Xiangwei ha levantado el templo a la memoria del Caudillo en una taberna de patatas bravas, chopitos y chorizo a la sidra. En el altar mayor, cobijado entre dos botellas de ginebra cara, Francisco Franco clava su adusta mirada a los parroquianos.
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