El precio solía ser aquello que se fijaba en función de lo que costaba ofrecer el producto o servicio en cuestión. Luego alguien dijo que había que dar la vuelta a la tortilla y no mirar desde los costes sino desde la perspectiva de las necesidades que se satisfacían por parte de quien los adquiría. Comenzó entonces la fiesta del precio dinámico: un billete de avión o una habitación de hotel empezaron con el baile de San Vito, pero no como resultado de intoxicación por cornezuelo del centeno, sino por arte y gracia de los algoritmos. Amén.
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