La economía de la Eurozona está perdiendo impulso. Desde 2018, la expansión se ha ido desvaneciendo trimestre a trimestre, y lo que comenzó siendo un golpe temporal por factores que tenían fecha de caducidad ha terminado convirtiéndose en una situación que podría ser cuasi permanente. La prolongación de las tensiones comerciales, la transición demográfica, la baja productividad o el elevado endeudamiento (público y en algunos caso también privado) son factores que no muestran visos de finalizar a corto plazo y que están lastrando el crecimiento
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