A Estados Unidos le cuesta cada vez más cerrar los ojos ante las tropelías de su mejor aliado en Oriente Medio. A la estrategia de exterminio de la población palestina en su ataque a Gaza, con más de 30.000 muertos, de ellos 12.000 niños, se une la inquina con la que el Gobierno de Benjamin Netanyahu está presionando a los trabajadores de Naciones Unidas que aún operan en ese territorio. El objetivo es quitarse de encima a los testigos más incómodos de cinco meses de crímenes de guerra israelíes en la Franja de Gaza.
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A qué no queden palestinos vivos en Gaza ni Cisjordania.
Entonces reaccionarán llevándose las manos a la cabeza y rompiendo sus vestiduras.