Las bombas que caían a escasos metros del edificio del Ministerio de la Guerra, en el Palacio de Buenavista, no empujaron al general José Miaja a suspender la sesión de la Junta de Defensa de Madrid. Mientras la cristalería de los ventanales estallaba y los marcos de las puertas eran violentamente arrancados, todos los presentes cruzaban miradas aguardando la orden de su jefe de guarecerse en el sótano.
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