Eran tiempos tensos, una época en la que los servicios del mismísimo James Bond como espía habrían sido una simple anécdota. En plena Guerra Fría, yanquis y soviéticos vigilaban todos y cada uno de los movimientos de su contrincante. La obsesión por controlar al enemigo llegaba a tal punto que la CIA no perdía detalle de la programación televisiva de la URSS o de lo que publicaban sus medios escritos. Todo, para saber cómo veían los soviéticos el supuestamente envidiable modo de vida estadounidense.
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