Salir del infierno sin realmente abandonarlo. Sentir que ya no eres el que está atado a la camilla recibiendo descargas eléctricas en cada rincón del cuerpo, sino un simple espectador que presencia a unos pocos metros el sadismo de los verdugos. Para varias víctimas de la última dictadura argentina (1976-1983), esa sensación extracorpórea llegaba cuando el dolor superaba toda frontera y se volvía, sencillamente, imposible de explicar. Era, al fin y al cabo, la única forma de huir, aunque fuese de forma imaginaria.
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