Hace casi 6.000 años que unos burgaleses neolíticos construyeron un dolmen de corredor para que sirviera como sepulcro para sus muertos. Colocaron las grandes piedras entre dos arroyos y alinearon perfectamente el conjunto megalítico para que el sol del solsticio de invierno entrara por la apertura, adornada con grabados de animales, e iluminara directamente la cámara circular de cinco metros de diámetro. No pusieron, claro, rótulos sobre cómo denominar a este monumento mortuorio. Quizá así hubieran evitado un debate sobre la denominación del e
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