Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo,
supe que todo no era más que nada.
Grito ¡Todo!, y el eco dice ¡Nada!
Grito ¡Nada!, y el eco dice ¡Todo!
Ahora sé que la nada lo era todo.
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
Era ilusión lo que creía todo,
y que, en definitiva, era la nada.
Qué más da que la nada fuera nada,
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
José Hierro, “Cuaderno de Nueva York” (1998)