Cuando me siembre en la madera,
vendrán todas las voces
—calladas en otrora—,
a hablar de cómo llegué a la raíz del mundo,
cómo toqué las cosas desde el alma misma del silencio;
vendrán,
pulcras,
cercanas y dulces
—como nunca habían sido—,
a duplicar mi vida simple con bondades,
para desprender quejidos
de los hermanos que escogí en este evento inusitado.
Cuando me siembre en la madera,
no les oiré,
deben saberlo,
aunque sé que igual harán lo suyo,
amontonarse,
como las moscas a la gracia del infante
para tener su momento de gloria en el infortunio,
el abismo selecto
donde mejor saben habitar.
Juan Ortiz