La belleza de la palabra
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Me hubiera gustado

Me hubiera gustado tanto

haberte acompañado, feliz, al tendal, observando cómo volabas las sábanas, luminosas, blancas, cegadoras e inmensas, como un mundo que, en tus manos, se hinchaba de luz y alegría. Madre.

Me hubiera gustado tanto conocer el bosque a tu lado: sus nidos, las hojas, los tallos, los bichos, los zorros, los charcos, el barro... Padre.

Me hubiera gustado tanto que supieras ser... Hermana.

Abuelo... Tú fuiste todo el amor que cabe en una mano cansada que te ofrece el agua. Pero ya no eres. Me hubiera gustado.

Y cómo me gustaría no echar aún de menos lo que nunca pasó: el abrazo, el "te quiero", el consuelo, el consejo, la palabra. Y, sin embargo, el insulto, la violencia, la rabia y, finalmente... silencio, distancia, dolor. Y ya nada.

Me hubiera gustado el camino de esos niños felices. Creo que serán buenos padres.

Mi camino es duro, pero es mío. Me sostienen mis rodillas. Y, hasta que el cuerpo aguante, lo voy a recorrer.

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Duende jocoso

El azar.

Ese duende jocoso de sonrisa eterna,

mezcla de maldad y bondad perpetua,

ajeno a todo lo humano y lo divino.

Nos cruzamos aquella tarde sin destino,

bajo paraguas y lluvias.

Tú no tenías que estar allí,

yo ni siquiera sé por qué pase por allí,

simplemente pasé sin querer pasar,

sin querer estar.

Y te miré

y me miraste.

Ojos sencillos bajo lluvia silenciosa,

chaparrón de sensaciones,

en silencio.

Y el agua caía.

Pasé de largo y tú pasaste de corto.

El azar.

(Junio de 2017)

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