La reflexión que hace Kieslowski en torno a los valores de la Ilustración, a sus límites y contradicciones, no es reconfortante; de hecho, es amarga, dolorosa y, a ratos, desconcierta, sobre todo cuando esos valores revelan una banalidad desoladora. Hay dolor, hay drama, hay farsa y hay fracaso: el de los personajes, el de la Ilustración y el de Europa.