Cuando se despertó esa noche de 1942, Nikolai Starostin tenía una linterna prendida en su rostro y una pistola apuntándole a la cabeza. Seguramente su más acérrimo rival en el ámbito futbolístico -nada más y nada menos que Lavrenti Beria, jefe de la temida policía secreta de Joseph Stalin- se complació con la escena.
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