Cuando uno se confiesa en una iglesia, se arrodilla en el confesionario. Cuando uno se confiesa en el psiquiatra, se recuesta en un diván. O al menos eso es lo que dice el mito. Y como casi todo tiene su explicación, la relación entre los psiquiatras y el diván proviene de un regalo a Freud, por lo que bien podríamos decir que es algo casual.
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