No, no se trata del asesinato de Isabel Carrasco por un ajuste de cuentas interno. Ni de la lógica y pertinente campaña de tiro al Twitter, esa nueva arma de destrucción masiva que lo mismo vale para llevar la democracia a Egipto que para socavarla en España. No, se trata de algo mucho más ominoso: la toma de conciencia por nuestros representantes de la desafección de una parte de la ciudadanía.
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