En Japón, las revistas pornográficas solían encontrarse en alguno de los pasillos de las tiendas de conveniencia. Por lo general, desde una esquina escondida, las modelos de las portadas en ropa diminuta sonreían a los clientes y los incitaban a comprar un ejemplar, hasta que gradualmente la pornografía de internet tomó el lugar de la desnudez impresa en árboles muertos. Y además llegaron los Juegos Olímpicos.
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