Hacinados, hambrientos y maltratados, los presos políticos de la vieja cárcel de Lugo le hicieron sitio al saber. En calabozos diseñados para una sola persona, encerraban hasta catorce reos, y aún así hubo espacio para los libros, la poesía y las charlas magistrales que impartían los maestros e intelectuales represaliados durante la Guerra Civil. Algunos, en cambio, no llegaron a pisar la calle. Condenados a muerte, sorprende su capacidad de abstracción, la voluntad de seguir aprendiendo, el cultivo de la razón entre barrotes.
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