Colomines, no obstante, no se queda ahí: abomina de la utilización del espacio público, aunque por motivos que nada tienen que ver con la ideología. “Poner cruces amarillas en las playas es potencialmente ofensivo para los católicos, por tanto es contraproducente”, advertía. “Además —continuaba—, puede resultar que le quites el puesto de la playa a alguien que quería ir y no tiene sitio para poner su toalla. Por tanto, lo que haces con ello es cabrear a los indecisos. Son los mismos que cortan carreteras o paran trenes.
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