Seguramente algún fin de semana, tras una noche de fiesta, se ha levantado con un dolor de cabeza brutal, de esos que no se van ni con Ibuprofeno ni con media botica, un día entero tirado en el sofá, en estado de seminconsciencia, deseando quedarse dormido para olvidar esa punzada continua que le tiene la cabeza como un bombo. Que no cariño, que no quiero comer más. Oye, amor, baja un poco el volumen de la 'tele'. Y seguramente, se habrá acordado de aquel último local, de lo raro que sabía el whisky, el ron, o vaya usted a saber...